dissabte, 4 de gener del 2014

Enamorirse.

No. Ya no podía más. Estaba harto de la misma mierda, día tras día. Era levantarse cada día del mundo, fuese noviembre, abril o julio, y estar mal. Con los que me querían, y conmigo mismo. Estaba harto de estar mal tanto tiempo, sin ni siquiera sonreír de verdad una sola vez desde aquel diciembre, que, al menos para mí, fue más frío de lo normal. No me sentía a gusto conmigo mismo, con la vida que llevaba. Cada día me ponía de máscara una faken smile, y mangas largas. Sólo con eso, conseguía engañar a todo el mundo. O esto, o a nadie le importaba lo suficiente como para darse cuenta, lo cual no era tan descabellado. Nadie sospechaba que cada noche me hundía, que las cuatro paredes de la habitación se me venían encima. Que lloraba noche tras noche hasta dormirme; nadie sospechaba nada de mis ojeras. Siempre estaba en todo para que nadie se enterase, para que nadie me descubriese. En un rincón muy profundo de mi alma, me hubiese gustado que mis amigos me hubiesen conocido bien para ver como estaba en realidad. Que me apoyase, y que no me diese la espalda. Pero supongo que eso es pedir demasiado. Amigos tenía, por supuesto, pero no me merecían. Ninguno de ellos tenía ni la más mínima idea de mi estado de ánimo, de lo mal que lo llegaba a pasar. Seguro que si hubiesen sabido lo que me pasaba, se habrían distanciado de mi.

Nadie me quería de verdad, y esto me lo dejó bien claro ella, la que hundió, pisó y destrozó mi vida. Fue ella quién acabó de romperme la autoestima a pedazos. Si nunca había hablado de ella a mis amigos era para que no me considerasen un romántico asqueroso y empalagoso. Yo nunca lo había sido, sólo era como ellos, uno más. Pero la conocí y todos mis esquemas se hicieron añicos. Me cambió. Me dio falsas esperanzas, me ilusionó, y yo me la creí. Siempre había conseguido que las tías hiciesen lo que yo quería, y pensé que ella sería una víctima más. Pero la víctima fui yo.

Pensaréis que todo esto es muy romántico y bonito y no sé qué, pero no, no lo es nada. Yo no quería ser lo que soy ahora, nunca lo he querido ser. Pero ella me obligó a hacer una metamorfosis. No supe darme cuenta hasta que hube cambiado por completo, y ya no había marcha atrás. Se me comió la seguridad, convirtiéndome en el inútil indeciso que soy hoy. Se me comió también las ganas. Las ganas de hacer, ver, conocer, probar. Las ganas de todo, de nada. Sólo tenía ganas de ella, cada hora, cada día, cada momento del día. De verla, besarla, tenerla al lado. Y cuando me di cuenta, explicadme qué debía hacer si no lo que hago cada noche. Deprimirme, llorar y autolesionarme. Cada noche. Sin excepciones. En el amor no hay excepciones.

No, no es nada bonito, de verdad. Es una pesadilla. Me encanta. No la soporto. La deseo. La rechazo. Me ilusiona. Me trata mal. Me pierde. Me confunde. La amo. La odio. Hago todo lo que ella quiere, sin pensar. Y los remordimientos vienen después. Estoy en sus manos, sabe que haré lo que quiera. Puede ignorarme y hablarme tres meses después, que si veo sus cinco letras en mi móvil, caeré. Es la peor de las pesadillas: enamorirse. 


-Alejandro.

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