dimarts, 25 de maig del 2021

Cualquier posibilidad de amor que no sea contigo.

Cuando eres pequeño crees en cosas que cuando te haces mayor carecen de sentido. Es algo así como creer para crear, como dice Albert Espinosa. Porque en ese momento cualquier cosa parece posible y, nosotros, invencibles.

La palabra improbable y nunca en ese instante no existen y, no sabemos apreciarlo hasta que es demasiado tarde.

Y eso siempre me hace pensar en el amor: creemos en él y esperamos encontrarlo, pero a medida que crecemos, el cuento cambia y puede que aparezca alguien que le dé forma a lo que significa el amor. Quizás dista mucho de lo que esperabas, de lo que creías que era. Aunque no quiere decir que sea peor, porque la mayoría de las veces supera con creces lo que creías esperar encontrar.

Es justamente por eso que, a medida que lo conocemos, vivimos en él y disfrutamos de su grandeza, no nos damos cuenta de las consecuencias de creer en él.

Porque mientras está,                                                        todo fluye,                                                                            todo es.

Lo peor de creer con los ojos cerrados descubriendo la inmensidad de lo que creamos es que cuando se agota, porque a veces pasa eso con el amor, es devastador. Y cuesta recuperarse en el después. Es como si te arrancaran una parte -irrecuperable- de lo que has construido y, con el tiempo, incluso dudas de si estuvo o fue. Como si cualquier avance en tu futuro más próximo borrara las huellas pasadas que tanto significaron para ti. Como si el amor nunca hubiese contado.

Es precisamente en ese momento en el que dudas de tus propias creencias y odias lo que conlleva el amor. Dejas de concebirlo como el mayor de los regalos y las grietas en lo que eres se hacen tan profundas que pierdes el sentido de dónde empiezan y dónde terminan, si es que lo hacen. Y aunque solo corten, aunque no te destruyan del todo, durante un tiempo dejas de pronunciar, sentir o vivir cualquier clase de amor que te incluya en la ecuación. Como si lo repudiaras, como si solo fueras capaz de hacerlo visible con el nombre de una persona que ya no está. Porque cuando esa clase de amor se va, lo peor no es que la persona haya desaparecido de la faz de la tierra sino, saber que sigue estando en ella creyendo en cualquier posibilidad de amor que no sea contigo.

Por eso a veces nos da por pensar que el amor no existe, al menos no después de la primera vez o que, peor aún, duele. Y lo que duelen son los actos de las personas que no saben apreciar lo que es. Porque existir, sí existe; aunque a veces dejemos de creer en la magia de lo que es. Como si el hecho de no creer borrara cualquier rastro, por pequeño que sea, de lo malo que aparece después de él.

Porque si no crees en él, es como si una parte de ti supiera que no volverás a caer en su trampa. Y si no existe, lo que es la vida con él perdería toda la fuerza y el sentido.

¿O no te acuerdas de lo que te contaban cuando eras pequeño? Que, si dejabas de creer en las hadas, ellas irían perdiendo vida hasta apagarse y por eso tenías que creer en ellas. Pues el amor es un poco eso, que tienes que creer en él para mantenerlo vivo y vivirlo.

Solo que con el amor nos cuesta arriesgarnos por miedo a perder.  Lo que no sabemos la mayoría es que ya estamos perdidos- muchas veces- antes de encontrarlo.

Porque cuando eres pequeño crees en cosas que cuando te haces mayor carecen de sentido; aunque al crecer descubres que no importa, que vas a vivirlo igual. Porque creer sigue significando crear.

Y si después de todo                                                          estás,                                                                                    sigues siendo un poco invencible.                                  Aunque a veces dudes, aunque a veces temas.

Solo así descubrirás que estar a veces es sinónimo de un camino de lucha y que, el amor, es algo que va mucho más allá de querer a alguien.

Y justo ahí es cuando más vas a creer en él.


-Ann.

dissabte, 27 de febrer del 2021

Un hueco intermitente

 

Le he pedido incontables veces a tu recuerdo que se esfume, pero parece que la risa que sonaba de fondo cada vez que me abrazabas, se aferra a lo que fuimos y decide quedarse un poco más. Todavía noto el rastro de tus manos en mí como si siempre fuera la primera vez que me ven, como si no cupieran en ellas las ganas que tienes de encontrarme.

Noto el frío que viene después de ti y tu mirada en medio de cualquier bar acallando todo aquello que creía que importaba. Veo tu sonrisa a medias y casi puedo palpar las ganas que teníamos de besarnos después.

He vivido el mayor éxtasis de felicidad cuando estabas y la caída más dura y fulminante cada vez que sentías que ya nos habíamos vivido lo suficiente. Como si tan solo una vida pudiera hacerle frente a todo lo que yo tenía para darte, cuando siempre sentí que te habría buscado en todas las que creí que vendrían después.

Te he esperado en lugares en los que sé que ya no estás.

He pedido nuestra canción para bailar, como si el hecho de sonar en cualquier sitio tuviera el poder suficiente de traerte de vuelta, aunque tan solo fueran dos minutos y medio.

Sigo teniendo la manía de mirar el asiento del copiloto como si no existiera el hueco que dejaste, como si no fuera lo suficientemente consciente del que dejaste aquí dentro, en mí.

Y es que tu constante manera de volver a base de recuerdos quiere hacer que huya al lugar más remoto del mundo y en el que no te haya vivido nunca, como si eso fuera excusa para que no me persiguieras y vengas con todo lo que eres.

Le he pedido incontables veces a tu recuerdo que se esfume, pero es que tu forma de abrazarme todavía la noto como si no fueras un hueco que se llena de manera intermitente. Porque quizás no estuviste siempre ni tampoco del modo en el que sé que me merecía, pero mientras estabas sabía que ese era el lugar correcto.


-ann.