dijous, 5 de gener del 2017

Dejadme viviros.

Siempre me he imaginado a las personas como puertas entre abiertas que tienes en tu vida. Puedes tener miles de ellas aunque soy de las que piensa que es mejor tener un par y no tener muchas en las que elegir y no saber por cuál entrar. Estoy segura que habréis oído por ahí e incluso muchas veces de mí, que hay personas que son casa. Que hay momentos que son hogar y desearías poder volver siempre. Pues eso mismo me pasa con las personas. Con esas puertas entre abiertas. Mi vida se basa en encontrarme en un constante "¿debería volver a entrar?" o "¿quedará algo detrás de esa puerta entre abierta?".

Siempre he sentido que no paran de cerrarse puertas en mi vida, como si aquí no hubiese nada bueno para mantenerla abierta. ¿Nunca os ha pasado eso de querer seguir dando por alguien que no está? Pero echas la vista hacia detrás o, hacia delante, a esa puerta que hace años cerró de un portazo y nunca más ha vuelto a abrirse. Así me siento con las personas. Las que se quedan la dejan entre abierta porque necesitan volver, porque encuentran que hay pequeñas cosas al otro lado, en mí, por las que vale la pena cruzar las barreras que haya. Otras puertas, se abrieron de vez en cuando sólo porque lo de echar de menos nunca ha sido mi punto fuerte y quién volvía era mi punto débil. Dejas volver a entrar a alguien solo porque crees en la idea de necesitarle y porque piensas que, aunque todo haya cambiado, hay cosas que pueden volver. Pero lo único que pasa es que añoras la idea de que esa persona vuelva a ser casa y lo único que ves son ruinas que vienen a destrozarte. Y te prometes que no volverá a pasar. Te prometes que harás que esa persona cruce de nuevo la puerta y no vuelva a arrasar con todo a su paso al volver. Y cuando se cierra, sabiendo que es lo que debes hacer, solo escuchas un portazo que duele todavía más que el anterior porque sabes que, ésta vez, no hay excusas que valgan. Y por último están esas otras puertas que hace años, también se cerraron por gente que sabes que -aunque quieras- no volverán. De esas que cuando se cierran solo piensas: "se irá del todo cuando le dejes de recordar" pero son ese tipo de personas que se van sin quererlo. Y joder, a esas también las echas de menos y lo haces toda tu puta vida.

Pero la putada de todo esto está en que la vida seguirá pasando y te verás rodeada de puertas entre abiertas y tú, cómo no, solo serás capaz de ver las que están cerradas queriendo volver a ellas. Y querrás volver por echarlas de menos, y pasarán noches y te encontrarás frente a ellas preguntándote que habrá sido de esa persona que era el lugar en el que encontrarte. Y seguirán pasando los días y en vez de dar por cerrados los recuerdos que en un momento te pertenecieron, te quedarás ahí -como una estúpida- sin ser capaz de seguir la vida que te toca sólo porque cuando encuentras a alguien, pero a alguien de verdad, no eres capaz de decir adiós. Al menos nunca del todo.

Y no te engañes, la de veces que habrás abierto esa puerta solo para echarle un vistazo y ver cuán feliz está esa persona para después cerrarla, apoyarte en ella y preguntarte si algún día serás capaz de no querer volver a esas personas que eran casa. Si serás capaz de ser tú misma tu propio hogar. Yo, ahora mismo, sé que no soy mi propio hogar pero es que hay personas en las que me quedaría a vivir, aunque muchas de ellas ya no estén.

Y a veces, sobre todo aquellos que no están, me gustaría tenerlos enfrente, mirarles a los ojos y sólo...no sé, pedirles que me dejen vivirles... quiero vivirlos, al menos un poco más.

-Ann.