diumenge, 21 de juny del 2020

Me sentía más mía que nunca.

Hoy he vuelto a rozar con los dedos algunas de las palabras que dejaste en mí hace años. Mientras lo hacía, he vuelto a reírte y, quizás un poco, llorarte. Creo que en cierta forma mi cabeza había borrado de mi memoria la mitad de cosas que hicieron sentirme especial y, al mismo tiempo, mi corazón volvía a sentirse a salvo en ellas mientras las leía. 

Me recuerdo en ellas y te veo conmigo, haciendo que todo se resuma en hogar y en ti. He sentido que casi podía tocarte, verte y quererte solo un poquito más, si me dejas. Te he encontrado mirándome de reojo como si no fueras consciente de que puedo verte y, me he acordado de la cantidad de veces que llegué a llamarte solo para decirte que te quería. 

No sé si tú lo recuerdas pero, hubo una vez que me dijiste que nunca en la vida te habían dicho te quiero con el corazón en mano y el pecho abierto como había logrado yo contigo. Te lo dije en formato susurro y con risa de por medio y, aún así, no superaba nunca tu forma de hacerlo. Te callabas como si fueras a decir lo más importante en toda tu vida, escuchaba o notaba -no lo sé- tu forma de sonreír y segundos después me decías que me querías.
Y me sentía tonta.
Y me sentía tuya.
Y me sentía más mía que nunca, encontrándome gracias a ti y siendo contigo todo lo que quería y lo que había deseado ser siempre.

Y sí, por tonta nos he vuelto a leer y, eso me recuerda todo aquello que siempre han dicho por ahí, lo de "lo mejor llega cuando dejas de buscar". Y estoy segura de que con ello me hablaban de ti y de tu forma de llegar a la vida de alguien creando magia. Y cuando alguien llega, sabes que hay dos opciones: aquella en la que se queda y, aquella en la que casi ni descubres como se va. Porque a veces se nos olvida aquello de "nunca sabes cuando será la última vez de alguien contigo" y es que, recuerdo el momento exacto y, el último, en el que me hiciste llorar y, no te lo creerás pero soy incapaz de recordar el último momento que me hiciste reír, ni tampoco aquel en el que me dijiste, una vez más, que me querías. Y es que, hoy nos vuelvo a leer, a nuestra historia y lo que fue y, suenan aquellas canciones de fondo tan tuyas, y solo sé que vuelvo a echarte de menos a ti y a tu manía de no estar aquí. Porque al final las ausencias nos recuerdan que antes de su paso, ahí había algo lo suficientemente grande, especial y bonito como para que no lo olvides en toda tu vida. 

-Ann.

dijous, 11 de juny del 2020

Eres Diciembre en mi pecho.

Te he imaginado más veces de las que me gustaría y me he visto a mí, acariciándote la espalda mientras el sol entra de lleno por la ventana y te alumbra como si no tuvieras suficiente luz propia. Recuerdo que en una de esas, te miré a los ojos y vi en ellos la cantidad de vida que podríamos haber tenido. Y me dio miedo la fuerza con la que venías porque podía ser exactamente la misma, o quizás peor, con la que te irías. Siempre tuve ese miedo, que fuera demasiado bueno para ser verdad y sentir que, otra vez y -como siempre- yo no era capaz de estar a la altura. 

¿Sabes que me diste muy poco tiempo para acostumbrarme a la idea de no encontrarte? Era tan natural saber que estabas ahí. Porque eras y eso, en mi vida, ya es mucho. Y me enamoré de la idea de encontrarme en ti, me enamoré de tu risa -a pura carcajada-, de tu mar azul cuando me mirabas y de tu forma de decirme que era yo, que por fin, después de tanto, era yo. Ese gran yo que todos buscamos. Empezaste a ser hogar y tempestad. Calma y miedo. Ganas y un poco más de miedo. El miedo siempre fue porque, después de tanto recordé lo bonito que era sentir de nuevo esa forma que tenías de mirarme y, la parte del miedo, viene cuando dejas de hacerlo. 

Porque ibas a hacerlo y muy en el fondo, se sabía que este desastre iba a llevarnos a otro desastre peor. Y pasó lo que tenía que pasar. Llegó el invierno antes de tiempo y sabes que me gusta el frío pero no el de ausencia. Aquí, en pleno mes de diciembre en mi pecho, creía que lo de echarte de menos sería lo más difícil pero, por primera vez, estoy aprendiendo a convivir con la soledad y no buscarte y, aunque estaría de puta madre en esa cama encontrando la forma de acariciarte la espalda hasta borrarte del mapa, probablemente y a la larga, es mejor que me siga dando la vuelta en esa cama que tiene el hueco vacío e imaginarme lo bonito que sería que todo hubiese salido bien, mientras sigo olvidándote un poco más que ayer. 

Y mañana, ya se verá. 

-Ann.