dimarts, 14 d’abril del 2015

Era mi música favorita aún sin ser canción.

Hace un frío de la hostia pero ya sabes que nunca se me ha dado bien encender la maldita chimenea, que por muchos troncos que le ponga la llama no se aviva de la misma forma que por mucho que te llore, no volverás. ¿Por dónde iba? Ah sí, que hace frío, me he tumbado en el sofá y me he tapado hasta arriba como siempre hacía pero me ha faltado tu abrazo para acabar de entrar en calor, es una lástima. E inevitablemente se me va la vista al reloj que colgaste en la pared y, ¿sabes qué? No he sido capaz de quitar la foto nuestra que pusiste justo al lado de el pero, ¿sabes qué es lo peor de todo? Que hace unas semanas quité la pila a ese reloj y dejé que marcara cinco minutos antes de las ocho, esos cinco minutos que me separaban de tu vuelta a casa después del trabajo. Lo miro y sé que hace una semanas en cinco minutos sonaría el timbre y serías tú, aún teniendo llaves esa era tu forma de decir "cariño, ya estoy en casa· y aunque fingía enfadarme porque interrumpías aquello que hacía, no podía evitar sonreír al verte. Llegabas y siempre me encontrabas preparándote la cena; venías, me abrazabas por detrás y siempre me dejabas un beso en mi hombro derecho, aún recuerdo las miles de veces que te decía "mi hombro izquierdo también te echa de menos", te reías y lo devorabas a besos haciendo imposible que me concentrara en algo salvo en ti. Apoyaba mis manos en las tuyas saboreando ese instante, disfrutando de mi lugar favorito. Te metías conmigo, me hacías reír para que se me pasara el enfado y te separabas de mi prometiendo a escasos centímetros de mi oído que te ibas pero que no me daría tiempo a echarte de menos. Aún recuerdo que volvías minutos después con tu supuesto pijama, y a pesar del frío ibas sin camiseta para hacerte el fuerte y esa era tu mejor excusa para que yo te abrazara. Me encantaba hasta tu forma tan peculiar de poner la mesa y sobre todo las miles de veces que mientras yo hacía la cena buscabas cualquier pretexto para acariciarme lo más mínimo sin saber la de miles de sonrisas fugaces que provocabas con ello. Si estuvieses aquí pondrías una de tus tantas excusas para no recoger la mesa pero sin duda alguna mi favorita siempre era: "acabo de llegar a casa después de un duro día y lo único que me apetece es tumbarme en el sofá con mi chica, ¿puedo?" Me mirarías con esa cara de no haber roto ni un puto plato en toda tu vida cuando a corazones no te ganaba nadie y lo peor de todo es que me convencías. 

Y así era cada noche, nos tumbábamos en el sofá después de haber hecho tu numerito con la chimenea mientras yo aprovechaba para observar cada mínimo detalle de ti temiendo que algún día solo fueras ceniza, solo fueras lo que queda de ti después de irte. Me abrazaba a ti y fingíamos ver la espantosa película que echaban en la televisión y recuerdo la de miles de finales felices que habíamos cambiado, ¿lo recuerdas tú? Me encantaba verte tan feliz y sé que tú lo dabas todo por hacerme reír. Recuerdo que una vez odiaste tanto un final porque decías que esas cosas solo pasaban en las películas, decías que tarde o temprano todo se acaba. Recuerdo que mataste a media familia y decías que no podía haber otro final alternativo mejor, recuerdo reír hasta llorar y haberte besado hasta cansarme y, muy en el fondo sé que eso es lo que habría pasado si siguieras aquí. Sé que no éramos partidarios de los finales felices y puede que esto no te lo haya dicho nunca pero si tenía que haber un final feliz deseaba que fuese contigo. 

Si estuvieras aquí -ojalá- te quedarías dormido conmigo en brazos y te despertaría con miles de besos para llevarte a la cama de la forma más dulce y, a veces, simplemente nos tirábamos la noche abrazados sin necesitar nada más, solo teniéndonos. Otras, por muy cansados que estuviésemos, me besabas hasta perdernos sin ni siquiera yo saber si a la mañana siguiente volvería a encontrarme de lo mucho que me perdí en ti durante las pasadas horas. Y al despertar lo harías con cuidado para no despertarme pero aún así nunca dejabas de susurrarme lo mucho que me querías antes de irte creyendo que dormía pero nunca lo hacía. El mejor momento del día era cuando me decías que me querías, era mi música favorita aún sin ser canción. 

Recuerdo, como verás, millones de cosas que por suerte o por desgracia- aún no lo sé- ya no tengo y me paso las noches mirando a ese maldito reloj que siempre me promete que en cinco minutos vendrás pero es mirar por la ventana y saber que ya son las tantas de la madrugada, saber que no vendrás a cambiar este final, que tendré que cambiarlo solo yo pero no sé ni quiero saber hacerlo. Así que aquí me tienes, con este maldito frío sin que haya nadie que me haga entrar en calor, sin que nadie me susurre lo mucho que me quiere y no es que necesite a alguien, te necesito a ti. A ti y a tus pequeñas manías que en otra persona habría odiado pero incluso tu forma de gritarme cuando nos enfadábamos me hacía feliz. Porque si me gritabas era porque al menos estabas aquí. Y lo mejor de todo era que aún habiendo soltado que nos odiábamos por culpa de nuestro enfado, llegaba la noche y me demostrabas todo lo contrario, me demostrabas a besos lo mucho que me querías y en segundos yo ya sabes que me perdía. Y ahora sigo igual, me pierdo en la noche mirando el maldito reloj o lo que puedo ver por culpa de las lágrimas, lo miro deseando que pase el tiempo pero no pasa porque no tiene la pila puesta, parece que me separen cinco minutos de ti aún haciendo meses que ya te has ido pero es que una parte de mi se niega a dejarte y, por eso no dejo que el tiempo pase creyendo que a la mínima sonará el timbre porque serás tú que has vuelto pero ni pasa el tiempo, ni pasas tú.

-Ann.