divendres, 28 d’agost del 2020

He vuelto a bailar canciones que eras tuyas.

Lo que vino después de ti ni siquiera sé si se le puede llegar a llamar vida. Y lo peor de todo no es eso, lo peor es que no tengo a nadie a quién poder culpar de que no estés. Podría empezar por mí y decir que la cagué una y mil veces y, probablemente, podría seguir por ti y por tu maldita ausencia en los momentos que de verdad necesitaba que estuvieras. Después de ti las canciones han pasado a ser como balas a nada de tocarme, como cristales rotos bajo mis pies, como el mayor dolor que pudieras imaginarte recordándome a cada paso que doy que ya no estás. Después de ti las ganas se me han quedado en la punta de mis dedos y se siguen muriendo por poder llegar a tocar lo que un día sentí como mío. Y es que nunca he sido de esas personas a las que les ha gustado sentir a personas como suyas, ni tampoco como hogar, pero a veces aparece alguien que rompe con todo lo que creías y te sientes más a salvo de lo que nunca habías logrado. Después de ti, el calendario ha desdibujado los planes que habíamos hecho solo para que yo no los viera pasar. 

Después de ti, entendí lo de que hay cosas que solo pasan una vez en la vida y que, a veces, hay que subirse a ese tren aún sin saber en qué dirección te llevará. Entendí también que no sólo puedes cuidar a alguien cuando estás viendo que casi le pierdes sino que tienes que estar ahí, aun teniendo por seguro que voy a quedarme. 

Podría decirte un millar de cosas buenas que trajiste contigo y que formaron parte de un nosotros en el que yo sí creí pero, al mismo tiempo, nunca te dije todo aquello malo que floreció cuando estabas. Nunca antes había sentido mis miedos tan de cerca: miedo a no ser suficiente, miedo a que no me quisieras de la forma que necesitaba, miedo a que no sintieras que este era tu sitio. Y nunca se fueron. Se quedaban con más fuerza a cada pequeño paso que dábamos. Con el tiempo incluso sentí que aún abriéndome en canal contigo, aún diciéndote de mil maneras que te quería, siempre encontrabas la forma de hacerme sentir pequeñita. Como si de verdad no fuera suficiente. 

Te cuidé más que a mí misma solo porque ni siquiera podía imaginarme lo que era un vida después de ti. Y mientras lo hacía empecé a dejar cosas que formaban parte de mí, como si ser como yo era no bastase para que alguien como tú me quisiera. Batallé más contra tus propios miedos que contra lo que yo podía sentir. Fue como si al llegar tú llenaras un vacío que no sabía que estaba y que, con el paso de los días, tú -sin ni siquiera darme cuenta- habías hecho una pequeña fuga por la que se perdía todo lo que yo era. Y no me importó, porque prefería tenerte. 

Lo que vino después de ti ni siquiera sé si se le puede llegar a llamar vida pero tampoco podía llamarle así cuando aún estabas. Te eché de menos, ¿quién no lo haría? Deseé con todas mis fuerzas que las cosas fueran distintas e incluso pensé en que todo habría sido diferente si yo hubiese sido de otra forma, más lo que tú necesitabas. Sí, así fui. Pero después de unas cuantas canciones y después de llorarte un poco, recordé que una vez alguien me dijo que me merecía que me quisieran con todo. Nada de querer a medias ni mal. Y entonces entendí el porqué me había ido: ni yo era lo que tú esperabas ni tú eras lo que yo buscaba y, cuando realmente entiendes eso, sabes que ha llegado el momento de irse. Y no pasa nada por llorar ni por sentir dolor, está bien. Porque cuando menos te lo esperes, volverás a escuchar canciones que serán eso, solo canciones que ya no te recuerdan a nadie y, cuando suenen, las volverás a bailar sola, porque te prometo que no necesitarás a nadie para hacerlo. 


-Ann.