Tampoco es la lluvia de mediados de mayo, que hace el suelo no haya acabado de secarse del todo, que ya está lloviendo otra vez. Esta se parecía un poco a nosotros, cuando acabábamos de despedirnos y quería volverte a ver. Era sufrimiento, es cierto, pero era un sufrimiento precioso. No había nadie que me hiciese sentir como tú hacías, y claro, eso es difícil de olvidar, ¿no?
No es, claro está, la típica lluvia de verano que refresca el ambiente un poco en los días de julio, y que hace que el día siguiente no puedas ir a la playa por lo revuelta que está el agua por la fuerza de los torrentes. Aún me acuerdo cuando éramos felices uno al lado del otro, y íbamos cada día a la playa. O eso, o fingías serlo, que tampoco es tan improbable. Me acuerdo de aquel verano, cuando tenía un motivo para levantarme. Me despertaba, me ponía el bañador y salía corriendo en dirección al mejor día de mi vida, día tras día. Contigo no había dos días iguales, ni tampoco noches. No había dudas ni temores, no había principios ni finales.
Tampoco es lluvia de finales de septiembre y finales de octubre, la que anuncia que la bonanza terminó y que el día cada vez será más frío y corto. La que se lleva las primeras hojas caídas montaña abajo. Hojas que, aunque se vayan lejos, no parece importarles si están juntas, como nosotros hicimos. Aunque no buenos, ni mucho menos perfectos. Pero qué más da, si los dos queríamos estar juntos, cosa que aún dudo que fuese tu objetivo.
Es lluvia de enero, la que casi es nieve. La que me recureda que no estás.
-Alejandro.
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