dimecres, 12 de febrer del 2014

paréntesis, contradicciones y tú.

 –¿por qué me dejas?
 nunca dije que tuviese que quedarme, ¿acaso lo dije, chico?
bajé los ojos; no quería que vieses como se me empañaban los ojos.
 –respóndome. ¿lo dije?
no, no lo dijiste, pedazo de mentirosa. lo decías cada día, al levantarse el sol, cuando un rayo de luz te recubría el pecho desnudo y sabías que aún tenías cinco minutos para perderte (conmigo) entre las sábanas, hasta que teníamos que levantarnos para enfrentarnos (juntos) a un nuevo día. recuerdo como lo decías, intercalándolo en cada frase, en veces en que hacía perderme del contexto, pero mirándote a los ojos sabía perfectamente donde estaba: en el lugar donde quería estar. lo decías cada día cuando teníamos que separarnos, intentando que pasase lo más deprisa posible, para volver a verte (a ti) y que pudieses volver a decírmelo, al oído, de esa forma que hacía que me surgiese calor en el bajo vientre, y frío en el cuello; y uno subía y el otro bajaba. y en encontrarse sentía una pequeña explosión, un contraste, que definía exactamente como éramos (tú y yo). también solías decírmelo en la cama, de nuevo, donde dos seres imperfectos y incompletos (nosotros), llenos de amor en los ojos y pasión entre las piernas, se dejeban desnudar por el otro y se juntaban dando lugar a la creación más completa y perfecta del mundo, o así nos lo parecía. cada noche era diferente, divertida, apasionante, irrepetible. y después de tanto trabajo, recompensado, justo en el apogeo del placer, me cogías por el pelo y volvías a decírmelo (tú). y yo volvía a tragármelo, como iluso que ya quiere lo que tiene.
pero me callé todo eso y opté por decirte:
 –no, claro que no.

-Alejandro.

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