diumenge, 9 de novembre del 2014

Curarle las heridas de los nudillos a base de besos aún sabiendo que eso acababa conmigo.




me controlaba como si fuese una puta muñeca de trapo, podía vestirme y desvestirme cuando le venía en gana para hacerme lo que quisiera, podía follarme hasta las tantas de la madrugada que luego la única gilipollas que se pasaba lo que quedaba de noche despierta, era yo; mirándole para recordar cada suspiro que daba sabiendo que cuando yo me despertase, él ya no estaría ahí. Nunca estaba. Vivía por y para él sabiendo que no era la única que se desvivía por unos ojos como los suyos, por unas caricias que te abrasaban la piel sin quererlo y que te dejaban una marca -en el corazón- incapaz de olvidar. Él sabía hacer que cualquier chica perdiese los papeles por él, te decía lo guapa que estabas con ese nuevo corte de pelo, te apartaba ese mechón que siempre se interponía en vuestras miradas, te sonreía sabiendo que podías perderte en esas medio lunas que se le formaban en cada mejilla, te hacía reír sabiendo que horas después te haría suspirar; a dos centímetros de su cuello, estando a horcajadas de él perdiéndote una noche más en la inmensidad de su cuerpo. Sabía hacerse necesitar; a veces te venía y en toda la noche no te daba ni el más mínimo roce para así volverte loca -un poco más- por él. Anhelaba su tacto esas noches en las que él, rebelde, quería hacerse esperar. Te besaba el cuello, así, de imprevisto; y se te olvidaba todo aquello que querías decirle. Se te olvidaba que te habías prometido a ti misma mandarlo a la mierda para que no jugase contigo como lo estaba haciendo. Y caías, volvías a caer prometiéndote- encima de su pecho- que esa iba a ser la última vez que ibas a respirar  al ritmo de su respiración, que sería la última vez que probabas esos labios. Pero no, nunca lo era. Siempre que intentaba levantarme de su pecho a altas horas de la madrugada, él me rodeaba más fuertemente la cintura para no poder separarme ni un puto milímetro de su pecho porque él, muy en el fondo, sabía que ese era mi sitio. Pero, de la misma forma que sabía eso; también sabía que yo no era el tipo de chica que se conforma con que la quieran a ratos. Que yo necesito los mimos de los lunes por la mañana, las tardes del martes en el cine, los arrumacos en el sofá el miércoles por la noche, hacer el amor el jueves en cualquier lado si es con él, llorar en su pecho el viernes por la mañana por culpa de la mierda de día que tengo, salir de fiesta el sábado y soportar con él las resacas el domingo por culpa del garrafón. Él sabía eso y a su misma vez yo sabía que él necesitaba el lunes no ir a clase, el martes más de lo mismo y quizás el miércoles pasarse un par de horas para disimular, el jueves me buscaba sabiendo que el viernes tendría a cualquier otra. El sábado salía, sí, y acababa siempre con una diferente que al domingo ni recordaba su nombre pero inexplicablemente a mi siempre volvía. Volvía para enredarse en mi larga melena mientras me besaba con ansías rodeando mi cintura y obligándome a andar hacia atrás para acabar apoyada en esa pared que tantas veces me vio amarlo y a él, destrozarme y usarme. Usarme como cualquier tipo de trapo que utilizas para limpiarte las manos y que luego acabas tirando pero que por alguna razón que a día de hoy todavía no sé, él no podía deshacerse de mi porque muy en el fondo sabía que ninguna tía podría soportar lo que yo hacía. Y lo hacía, sí, pero porque le quería. Y muchas veces eso no es suficiente para quedarse así que llegó el día en el que sus besos dejaron de tener ese poder en mi, o fingí que no lo tenía y fui capaz de decirle todo aquello que ninguna chica le dijo en su puta vida. Y me fui sabiendo que iba a echarlo de menos, que las charlas de después de hacer el amor no tendrían su gracia si no eran con él, que las cosquillas que me hacía cuando tenía ganas de llorar no iban a tener ese efecto en mi si venían de otras mano. Y me fui sabiendo eso pero no pensé que sería tan duro el vivir sin él, echándole de menos como lo hago sabiendo que en estos momentos quizás está viendo a otra dormir, y puede que le esté acariciando al espalda- lentamente- como lo hacía conmigo, hasta que me dormía. Y ahora hace semanas que ni duermo, que ni siento, que ni pienso en lo que podría ser o haber sido de nosotros; solo sé que él en estos momentos me está echando de menos como pensaba que nunca haría y no lo sé porque él me lo haya dicho pero sólo me hace falta mirarle los nudillos de las manos sabiendo que ha pegado a mil paredes intentando que el dolor que dentro siente, vaya a menos, pero eso no funciona así y él lo sabe. Ese destrozo en los nudillos no será ni la mitad del dolor que yo he llegado a sentir aquí dentro cada vez que me despertaba y no estaba. Y eso pasaba cada noche en la que él me buscaba y yo como una tonta caía porque le necesitaba. Así que me da igual, que se rompa a golpes las manos por mi que yo hace mucho que rompí mi corazón por él sabiendo que cada noche a su lado era una más en la que no iba a quedarse. Y me rompí sin importar absolutamente nada y, miradme, estoy rota de tal manera que ya ni encajan las piezas que él ha dejado aunque sé que él estaría más que dispuesto a unirlas- cada una de ellas- a besos de la misma forma que yo le curaría todas esas heridas diciéndole, muy bajito, lo mucho que le necesito sabiendo que para él eso valía más que cualquier te quiero que le podía dar.


-Ann.



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